Una llamada se realiza buscando una respuesta, y en el caso del manifiesto llamado Última llamada,
promovido por un grupo de científicos, académicos, intelectuales y
algún aspirante a servidor público las respuestas no se han hecho
esperar. Personalidades de primera fila del mundo de la política
nacional, dentro de la corriente socialdemócrata, hasta ahora
caracterizada por sostener sin fisuras que uno de los objetivos de la
sociedad y del gobierno debe ser el desarrollo de las fuerzas
productivas, el llamado crecimiento económico, se encuentran entre los
primeros firmantes del manifiesto.
Hay
que valorar muy positivamente este hecho, puesto que el primer paso
para solventar un problema es reconocer que este existe. De pensar que
el crecimiento económico es la solución a nuestros problemas a pensar
que el crecimiento económico es nuestro problema hay un gran trecho, el
que existe entre dos paradigmas opuestos, con distintas visiones
preanalíticas.
No
obstante, a la sincera alegría por este hecho, hay que contraponer una
buena dosis de sana prudencia. La prudencia de aquel que conoce la
fuerza del sedimento de las decisiones pasadas, de la costumbre y los
hábitos adquiridos, y la inercia del pensamiento humano. Es también
necesaria la prudencia por lo sencillo que resulta la adhesión a un
manifiesto que no plantea políticas concretas, dado que no es este su
objetivo. Por el contrario, este se encuentra en fomentar el debate
sobre esas políticas, y con ese criterio se tendrá que juzgar a los
firmantes, por su implicación y sus propuestas que detallen las medidas
concretas a implementar. Es así como debe entenderse esta, nuestra
respuesta a la última llamada, un intento humilde, realizado con una
buena dosis de sano escepticismo, pero a la vez firme, de abrir ese
debate sobre políticas concretas.
Entendiendo el paradigma vigente
El
manifiesto incide, de forma escueta, en el gran reto que tenemos por
delante, cambios radicales, una “Gran Transformación”, que se verá
obstaculizada por la inercia y los intereses de los que son los
ganadores bajo la organización social actual.
Entender
estas dificultades es vital, y para ello nos puede ser de gran ayuda el
autor que aparece implícitamente citado en el manifiesto. Según Karl
Polanyi, en su libro La Gran Transformación
"Todos
los tipos de sociedades están sometidos a factores económicos. Pero
únicamente la civilización del siglo XIX fue económica en un sentido
diferente y específico, ya que optó por fundarse sobre un móvil, el de
la ganancia, cuya validez es muy raramente conocida en la historia de
las sociedades humanas: de hecho nunca con anterioridad este rasgo había
sido elevado al rango de justificación de la acción y del
comportamiento en la vida cotidiana. El sistema de mercado
autorregulador deriva exclusivamente de este principio. [...]
Como
las máquinas complejas son caras, solamente resultan rentables si
producen grandes cantidades de mercancías. No se las puede hacer
funcionar sin pérdidas, más que si se asegura la venta de los bienes
producidos, para lo cual se requiere que la producción no se interrumpa
por falta de materias primas, necesarias para la alimentación de las
máquinas. Para el comerciante, esto significa que todos los factores
implicados en la producción tienen que estar en venta, es decir,
disponibles en cantidades suficientes para quien esté dispuesto a
pagarlos. Si esta condición no se cumple, la producción realizada con
máquinas especializadas se convierte en un riesgo demasiado grande,
tanto para el comerciante, que arriesga su dinero, como para la
comunidad en su conjunto, que depende ahora de una producción
ininterrumpida para sus rentas, sus empleos y su aprovisionamiento. […]
En relación a la economía anterior, la transformación que condujo a este
sistema es tan total que se parece más a la metamorfosis del gusano de
seda en mariposa que a una modificación que podría expresarse en
términos de crecimiento y de evolución continua. Comparemos, por
ejemplo, las actividades de venta del comerciante-productor con sus
actividades de compra. Sus ventas se refieren únicamente a productos
manufacturados: el tejido social no se verá pues afectado directamente,
tanto si encuentra como si no encuentra compradores. Pero lo que
“compra” son materias primas y trabajo, es decir, parte de la naturaleza
y del hombre. De hecho, la producción mecánica en una sociedad
comercial supone nada menos que la transformación de la sustancia
natural y humana de la sociedad en mercancías. La conclusión, aunque
resulte singular, es inevitable, pues el fin buscado solamente se puede
alcanzar a través de esta vía. Es evidente que la dislocación
provocada por un dispositivo semejante amenaza con desgarrar las
relaciones humanas y con aniquilar el hábitat natural del hombre."
Esta
dislocación social se habría aceptado por la promesa de una abundancia
material sin precedentes, promesa que se cumplió en una parte del mundo.
La sociedad se desgarró y se volvió a recomponer innumerables veces:
hubo guerras, catástrofes, revoluciones y medidas paliativas como
salarios mínimos, prohibición del trabajo infantil y educación gratuita,
entre otras, pero la aniquilación del hábitat natural del hombre fue
progresando, de forma lenta pero constante.
La
orientación de la acción humana hacia la ganancia, y la subordinación
del hombre y la naturaleza a la ley de la máquina, nos habría conducido a
la organización social en la que estamos atrapados, en la que una
parte, importante pero subordinada, “la economía”, se habría convertido
en el todo relevante y la biosfera y la sociedad en meros apéndices. Esa
visión habría encontrado eco en paradigmas “científicos” como el de la
economía neoclásica.
Aunque
por supuesto, es tan sólo una representación falsa de la realidad. La
cuestión es si seremos capaces de retirar el velo a tiempo para ser
conscientes del orden correcto.
El nuevo paradigma, la nueva forma de organización e integración social, que nosotros hemos llamado el bienvivir,
aunque posee muchas aristas que debemos ir definiendo, podría ser
representado por esta segunda imagen, donde la economía, el individuo,
la sociedad y la biosfera se relacionan de forma armónica, asumiendo los
límites reales de cada uno de los subsistemas, en lugar de comportarnos
“como sí” dichos límites no existieran.
El certero y premonitorio análisis de Polanyi nos permite extraer algunas generalidades que deberíamos tener en cuenta:
-
La mercantilización del medio natural se funda en el móvil de la
ganancia, pero no es tan fácil fundar la conservación sobre este móvil.
En el pasado, según Polanyi, fueron las relaciones y derechos sociales
(prestigio, obligación, civismo, entre otros) las que creaban la
motivación para la acción. Aunque parezca utópico, habrá que evolucionar
hacia algo parecido. Si miramos bien veremos muchos comportamientos a
nuestro alrededor cuya motivación no puede reducirse a la simple
crematística. Un ejemplo: este blog.
-
La mercantilización del ser humano se funda en la ruptura de la
distinción entre el principio de uso y el de beneficio. Polanyi
insistiría en un libro posterior, El sustento del hombre, en la antigua prohibición del regateo sobre el precio de los productos básicos. En La Gran Transformación
cita a Aristóteles para señalar como este distinguía entre la
producción para uso propio, para distribuir entre el grupo cerrado – el oikos
o casa griega- y los excedentes destinados al mercado. El ser humano
sólo puede quedar a merced de las leyes del mercado en cuanto se ha
eliminado su capacidad de producción para uso propio (En este punto nos
gustaría insistir que no sostenemos que el hombre, en la actualidad, se
encuentre completamente a merced del mercado –aunque habría que
preguntarle a las 700.000 familias españolas sin ingresos-.
Este es el ideal de la filosofía liberal, pero ha sido matizado por
innumerables leyes, que precisamente por su carácter político están
continuamente sometidas a revisión y son fuente de conflicto y lucha de
intereses).
- En un texto posterior Aristóteles descubre la economía,
Polanyi critica el concepto de necesidades ilimitadas. Para
Aristóteles, una vez cubiertas ciertas necesidades, la escasez procede
del lado de la demanda. Esto nos sugiere que la satisfacción de las
necesidades tiene mucho que ver con el contexto institucional, y con
valores como el ideal de vida buena de una sociedad. Esto abre una
fecunda vía de exploración, que ha sido en parte recorrida por autores
como Manfred Max-Neef, que han establecido una categoría universal de
necesidades humanas, si bien los satisfactores dependerían de factores
culturales e institucionales. Este conocimiento nos permite
desmaterializar la satisfacción de gran parte de las necesidades
humanas, a través de un Desarrollo a escala humana.
¿Cómo
articular estos principios generales en un programa de cambio hacia ese
nuevo paradigma, ese bienvivir? Para nosotros el concepto clave es la autonomía, término que tomamos de Cornelius Castoriadis
¿Partiendo del reconocimiento de la mutua interdependencia del ser
humano con sus semejantes y con el resto de seres vivos, tiene sentido
reclamar en las presentes circunstancias este concepto? Dependemos unos
de otros, así que la autonomía sólo puede ser ese espacio instituido
socialmente, entre todos, en el que se le da a cada individuo libertad
de acción. Debe incluir, necesariamente, la participación en la
elaboración de la ley por la que deberá regirse, y el derecho a
participar en los costes y beneficios de la producción, por encima de
cualquier racionalismo económico que pretenda limitar su participación a
causa de las exigencias de un mercado de trabajo.
La
autonomía proporciona el marco para la innovación social, donde vayan
germinando las nuevas prácticas sociales, que privilegien el acceso y el
uso frente al acaparamiento, la satisfacción de las necesidades por
medios inmateriales (cuando ello sea posible) y el cuidado y mejora de
los bienes comunes, además de proporcionar incentivos para fundar la
acción en móviles distintos al beneficio. Dado que esto tendería también
a favorecer la producción para el consumo propio y de carácter local,
se vería también reforzada la resiliencia.
Si
bien Polanyi no sugiere medidas concretas, un proyecto político que
tomase en consideración las implicaciones de su obra debería concluir
que necesitamos una ruptura radical en los mercados de tierra (recursos
naturales), trabajo y dinero, las tres mercancías que Polanyi definió
como “ficticias”, dado que no habían sido creadas para su venta. La
sociedad no es más que un subsistema de la biosfera, adaptarnos a esta
última requiere por tanto mejorar nuestro conocimiento de ella y
gestionar los recursos según lo aprendido, y una buena dosis de
prudencia para lidiar con la incertidumbre. Los mercados de trabajo y
dinero son, por el contrario, creaciones humanas, deben por tanto ser
democratizados. El proceso en su conjunto debe entenderse como una
ampliación de derechos de los individuos, y sería favorecido con las
siguientes medidas:
SOLUCIONES:
Comprender y redefinir las necesidades de individuo y sociedad
Durante
los últimos 200 años se ha producido un crecimiento acelerado de la
población que ha sido acompañado de un crecimiento aún mayor de la
producción que algunos denominan crecimiento económico, aunque no sea
necesariamente así. Podemos considerar legítimamente que este es el
estado “normal” de las cosas y que, por lo tanto, debe y puede continuar
de manera indefinida. Lo cual, no sería más que una simplificación de
nuestra historia o, peor aún, una falsificación de la misma.
No
obstante, la idea de progreso está firmemente fijada en nuestras mentes
y asociada a la economía, aunque sea un concepto de origen religioso.
Es una de esas palabras que parecen ir siempre adherida a otra, como un
hermano siamés, en nuestro caso a la tecnología, progreso tecnológico,
que es la piedra sobre la que se levanta la iglesia del crecimiento
ilimitado.
La
economía parece permearlo todo, de forma que todo parece tener que
pasar por el cedazo del imperialismo económico. Es normal considerar
casi cualquier cosa desde este punto de vista, utilizando los
instrumentos de la economía para su análisis. Así en el famoso libro Freakonomics,
Steven Levitt y Stephen Dubner la proclaman como “la exploración del
lado oculto de todas las cosas”. Mires por donde mires hay un aspecto
económico relevante. Tal situación no es en absoluto sorprendente, a
diferencia de otras ciencias que se definen por su campo de estudio, el
paradigma neoclásico define la economía por su método de estudio, por
ejemplo la clásica definición de Robbins: “La economía es la ciencia que
analiza el comportamiento humano como la relación entre unos fines
dados y medios escasos que tienen usos alternativos”. Pero cuando uno
tiene un martillo acaba viendo clavos por todas partes.
Así
las cosas, el crecimiento de la producción se ve como algo necesario e
imprescindible y, en consecuencia, ni se cuestiona. Tal vez, sea el
único punto en común de las más variadas y distantes posiciones
ideológicas, enfrentadas en todo menos en su fe en el crecimiento sobre
la base del progreso tecnológico.
Sin
embargo, el crecimiento de la producción indefinido no es posible en un
entorno ecológico que no crece y que se encuentra en un estado cuasi
estacionario. A diferencia del imperialismo económico que proclama que
todo ha de ser visto desde el punto de vista económico, la realidad nos
dicta que nuestro planeta es un sistema termodinámico cerrado, sin
apenas intercambio de materia con su entorno y con un flujo de energía
de baja entropía que proviene del Sol que es estable, a escala de tiempo
humana, y disperso. Lo que no es más que afirmar que la economía está
lejos de ser el todo relevante y que no es más que un subsistema
ecológico y no puede crecer más allá de sus límites. En realidad no
puede alcanzar esos límites pues los servicios prestados por el capital
natural son imprescindibles para el mantenimiento de la vida humana.
Nuestra
realidad es que el crecimiento de la producción se realiza en grave
detrimento del capital natural, lo que se ha venido en definir como
crecimiento antieconómico. Cuando el crecimiento de la producción
provoca más costes que beneficios, a nivel microeconómico existe una
regla de parar, el beneficio marginal desaparece por añadir una unidad
más a la producción y cada unidad adicional nos sitúa en peor posición.
Por desgracia, a nivel macroeconómico no existe nada comparable,
contabilizamos nuestro crecimiento en una única partida de actividad
económica suponiendo que por regla general sus beneficios son
abrumadoramente superiores a los costes en que incurrimos, por lo que ni
siquiera merece hacer cuentas separadas. En otras palabras a nivel
macroeconómico no existe un concepto tan “económico” como la escala
óptima, no hay regla de cuando parar.
Se preguntará el lector cómo es posible tal paradoja, Herman Daly (1999) nos lo explica con meridiana claridad:
"¿Por
qué está sencilla extensión de la lógica básica de la microeconomía es
tratada como inconcebible en el dominio de la macroeconomía?
Principalmente, porque la microeconomía trata de la parte y, la
expansión de la parte está limitada por el coste de oportunidad que
infringe al resto del todo el crecimiento de esa parte bajo estudio. La
macroeconomía trata del todo y, el crecimiento del todo no infringe
costes de oportunidad, porque no existe “el resto del todo” que sufra el
coste. Los economistas ecológicos han señalado que la macroeconomía no
es la parte relevante del todo, es en sí misma un subsistema, una parte
del ecosistema, la naturaleza es más grande que la economía."
Son
en realidad los problemas económicos los que tienen que ser vistos
también con los ojos y los instrumentos de la física, química,
antropología, historia, biología, etc para darles un contexto adecuado y
la real dimensión que tienen, en lugar del efecto túnel que nos provoca
el paradigma neoclásico.
Este
efecto túnel es patente en la medición del bienestar a través de una
variable de flujo como es el PIB o el PNB. Debemos tener muy presente
que el bienestar es proporcional a la riqueza, que es una variable de
stock. Si queremos aumentar la riqueza debemos aumentar el flujo de
producción, pero ese aumento lleva asociado unos costes que soporta el
capital natural pero que el PIB simplemente no contabiliza o los
contabiliza como una actividad económica “positiva”. Por ese motivo
Kenneth Boulding denominaba al PNB como Coste Nacional Bruto. Como
explica Daly más allá de cierto punto los beneficios de aumentar el
stock, es decir, transformar capital natural en capital hecho por el
hombre, no compensan los costes que provoca el flujo.
El
paradigma neoclásico nunca se enfrenta a ese problema, simplemente
considera que el capital producido por el hombre es sustitutivo del
capital natural. Como llegó a afirmar Robert Solow (1974):
"si es muy fácil sustituir los recursos naturales por otros factores, entonces en principio no hay problema"
Tal
vez, en principio, cuando los recursos son abundantes, estamos en un
mundo vacío, podemos ignorar los costes y continuar transformando, que
no produciendo, recursos naturales en productos y servicios para
nosotros además de generar residuos. Pero los recursos no son
inagotables y algunos de ellos no son meros stocks a la espera de ser
transformados, sino que son sistemas complejos e interconectados que
proporcionan servicios necesarios para el mantenimiento de la vida.
Además vivimos en el mismo lugar donde se vierten los residuos, algo que
algunos parecen olvidar.
Podemos
afirmar que Solow defiende una economía del Cowboy similar a un
ecosistema joven, que definimos con palabras de Daly (1999):
"Los
ecosistemas jóvenes (y las economías cowboy) tienden a maximizar la
eficiencia productiva, esto es, el ratio entre el flujo anual de biomasa
producida y el preexistente stock de biomasa que la produjo"
Por el contrario, las economías astronautas, que habitan un mundo lleno, son como un ecosistema maduro y estable:
"Los
ecosistemas maduros (y las economías astronauta) tienden a maximizar el
ratio inverso entre el stock de biomasa existente y el flujo anual de
biomasa que mantiene el stock. Este último ratio aumenta cuando la
eficiencia del mantenimiento se incrementa"
Como
no disponemos de recursos materiales y energéticos ilimitados y tampoco
de sumideros de residuos que no nos afecten negativamente, nuestra
única política posible es mantener el stock de capital natural y el
transformado por el hombre, el realmente útil para nosotros, y minimizar
el flujo de producción. Esto es diametralmente opuesto a todo lo que
hacemos o se nos propone que debemos hacer para alcanzar mayores cotas
de bienestar ..."antieconómico" para la inmensa mayoría.
El
capital natural es visto por el actual paradigma económico como una
fuente de materias para transformar, aunque lo llamen producción. Sin
embargo, proporciona servicios que son vitales pero que desgraciadamente
no tienen mercado y por ello no son valorados, desaparecen de la
ecuación, lo que no se cuantifica en dinero no existe. Por ejemplo, un
bosque no es sólo fuente de madera para la industria, también tiene
importantes funciones como bien público, sin querer ser extensivo
citemos algunas: a nivel local evita la erosión de suelo y las
inundaciones; a nivel regional sirve de cobijo y cría a especies
animales y; a nivel global es un sumidero de C02. Aunque todas esas
funciones son valiosas el mercado no las valora. El principal problema
es que esos servicios no permiten el ejercicio claro de derechos de
propiedad y el flujo de madera sí. Todos los incentivos económicos se
dirigen a la explotación del recurso (stock) en su aspecto de flujo y se
olvida completamente su componente de fondo como prestador de
servicios. Aunque sean vitales y crecientemente escasos, nada en nuestro
sistema económico está preparado para lidiar con el problema. Añadir un
problema adicional que también debe soportar el bosque citado en
nuestro ejemplo. Los niveles de decisión que afectan al bosque, su
explotación maderera y los diferentes servicios que presta son
completamente diferentes y tienen intereses contrapuestos difíciles de
conciliar, especialmente si añadimos la existencia de un nivel de
decisión intergeneracional.
El
problema es, como decía Bar Materson, que todos recibimos la misma
cantidad de hielo (bienestar); pero los ricos en verano (económico) y
los pobres en invierno (antieconómico). Incluso algunos de los que
reciben hielo en invierno se ponen del lado de los que lo reciben en
verano con la esperanza de que ellos algún día lo reciban también en esa
estación. Como John Ruskin anticipó, “Lo que parece ser riqueza podría
ser, en verdad, sólo el dorado indicio de la ruina absoluta...”
El
primer paso para revertir esta situación es que el gobierno abandone
como objetivo de su política económica el crecimiento de la producción, y
adopte el objetivo de mantener y mejorar tanto el capital natural como
el creado por el hombre.
Podemos ver un ejemplo concreto con el caso de la vivienda. Los
españoles tenemos la necesidad de un techo, y en España había en 2013
más de 26 millones de viviendas. Si pensamos en términos de satisfacer
esta necesidad, y no en el de dar trabajo a la gente, una política
adecuada sería intentar aumentar el ratio de ocupación, dado que en
España hay 3,4 millones de viviendas vacías. Esto nos ahorraría un coste
considerable, en preciosos recursos, energía y materiales, y en trabajo
(que se reflejaría convenientemente en un descenso del PIB), dado que
podríamos ahorrarnos construir las 35.000 viviendas que iniciamos ese
mismo año. Por otro lado, el objetivo de mejora del capital existente se
reflejaría en mejorar El stock de viviendas construidas para reducir su
consumo energético y sus costes de mantenimiento. El mismo principio
podría aplicarse al capital natural, como por ejemplo nuestras costas y
las pesquerías.
Aplicando
esa política seriamos más ricos, y no menos, como estúpidamente se
afirma, dado que no tendríamos más viviendas vacías, pero sí mejores
viviendas y recursos de más calidad para el futuro, y también para el
presente, ya que no destruimos, por seguir con el ejemplo anterior, los
servicios que presta un bosque con la construcción de más viviendas.
Quizás nuestro crecimiento es ya antieconómico, no así el de los países
menos desarrollados, que necesitarían más capital transformado por el
hombre, para mejorar las condiciones de vida de una parte de su
población. Necesidades que les será más complicado cubrir, dado el
creciente deterioro del capital natural.
Gestionar prudentemente los recursos
La
gestión de los recursos naturales es un aspecto fundamental si
consideramos que lo que conocemos por proceso de producción se trata en
realidad de un proceso de transformación de los recursos naturales (baja
entropía) en bienes y servicios destinados a los seres humanos, en
función de su dotación de riqueza y renta, generando a su vez residuos
(alta entropía).
En
el apartado anterior abogamos por una política de minimización de flujo
y maximización del capital como la vía para mantener un equilibrio
entre nuestras necesidades y la capacidad de nuestro entorno de mantener
no sólo la vida, sino una sociedad con un bienestar razonable para las
generaciones actuales y para las generaciones futuras. En este apartado
profundizaremos cómo enfrentarnos a esa gestión y cuáles son las
diferencias con el enfoque dominante, que desde nuestro punto de vista
es fundamentalmente erróneo.
Lo
primero que hay que señalar es que la gestión de recursos involucra no
pocos aspectos de carácter normativo, decisiones políticas si lo
prefieren, sobre la base de elecciones éticas. Es importante, en nuestra
opinión, resaltar este aspecto ya que la economía neoclásica se
atribuye una cualidad de ciencia dura libre de valoraciones ideológicas
que es no sólo falsa, sino engañosa, ya que reviste sus consejos de un
aura de objetividad de la que carece.
No
obstante, debemos señalar que los límites físicos no son debatibles
salvo que falsemos las teorías científicas que los sustentan. Las
teorías ciertamente están a la espera de ser falsadas (Popper), lo que
no implica que dejen de ser necesariamente teorías efectivas, por eso
seguimos utilizando la mecánica newtoniana. Requiere no sólo
falseamiento, sino que resulten invalidadas para aquello para lo que las
aplicamos. Por ejemplo, la mecánica newtoniana es inválida para
calcular nuestra posición mediante un sistema de satélites como el GPS.
Los
recursos naturales se pueden clasificar en renovables y no renovables,
sin embargo, no agota las posibles clasificaciones. Por ejemplo, la
clasificación en recursos abióticos (no biológicos) y bióticos
(biológicos) es de gran utilidad para su estudio. Los recursos abióticos
pueden ser no renovables y no reciclables, esencialmente los
combustibles fósiles, o se trata de recursos prácticamente
indestructibles. Los recursos bióticos se caracterizan por tener una
doble vertiente, proporcionan por un lado un flujo de recursos para su
transformación (p.e. madera) y servicios esenciales para la vida
(absorción de C02, evitan la erosión de los suelos, permiten el
desarrollo y mantenimiento de la diversidad biológica, etc.).
Los
minerales y los combustible fósiles son esencialmente diferentes porque
los primeros son reciclables y diferentes generaciones pueden hacer uso
de ellos, son rivales para la misma generación pero no rivales entre
generaciones, y los combustibles fósiles una vez utilizados como fuente
de energía no se pueden reciclar, son rivales siempre, si yo los uso no
los puedes usar tú, ni tampoco nadie en el futuro, a diferencia de los
minerales. Precisar que la rivalidad es una característica
exclusivamente física. Evidentemente el reciclaje requiere energía, si
no disponemos de ella, el reciclaje se desvanece.
El
agua, tal vez el recurso natural más importante, es el más difícil de
clasificar. Los acuíferos son similares a los minerales, mientras que
las aguas superficiales casi se pueden considerar recursos bióticos,
pues tienen la doble vertiente de flujo y de fondo que les caracteriza.
Sin embargo, no puede ser destruida, como sí ocurre con los recursos
bióticos. Sí que puede ser contaminada lo que le resta valor
especialmente como fondo que proporciona servicios.
Los
combustibles fósiles como fuentes de energía primaria tienen para la
sociedad industrial una importancia extraordinaria, aproximadamente el
85% de la energía que consumimos proviene de esta fuente. La cuestión
esencial en torno a ellos es la capacidad que tenemos para recuperarlos
en sus yacimientos geológicos, de forma que nos sean útiles para
transformar otros recursos naturales en bienes y servicios. En el límite
un recurso energético no es recuperable cuando cuesta más obtenerlo, en
términos energéticos, de lo que aporta. La tecnología puede
proporcionar métodos para reducir el coste energético, sin embargo, esos
métodos, como cualquier otra cosa, están sometidos a límites
irreductibles; por ejemplo, al menos cuesta 9,8 julios de energía elevar
1 kg un metro de altura sin importar cuál es la tecnología que usemos.
La
tecnología puede compensar hasta cierto punto los costes, pero como,
por regla general, agotamos primero los mejores recursos, de más baja
entropía, el resultado a largo plazo es un descenso de la energía neta
que nos proporcionan los combustibles fósiles. Ese declive está
comprobado y es irreversible.
Además,
la utilización de combustibles fósiles genera residuos, y ese impacto
reduce el total de energía que disponemos, de una forma u otra, cuando
se supera la capacidad de absorción de los recursos bióticos. Compensar
el impacto requeriría energía, aunque no es común hacerlo. Si no lo
compensamos, afecta a los ecosistemas que captan y transforman energía
solar en bienes y servicios imprescindibles para la vida, reduciendo esa
capacidad de transformación, lo que nos obliga a utilizar más energía
para compensar la pérdida, sin ganar nada. Desde el punto de vista
económico esta situación genera mayor actividad, aunque sea un mero
paliativo de los males que hemos desencadenado y, por lo tanto, aumenta
el crecimiento del PIB. Confundimos costes con beneficios sumándolos
todos en la misma partida o considerando los beneficios, sin
contabilizar previamente los costes.
Los
recursos bióticos son más difíciles de analizar porque partimos de una
ignorancia muy elevada sobre los mismos, ya que forman parte de sistemas
ecológicos increíblemente complejos y dinámicos. Los niveles de
incertidumbre, no confundir con probabilidades esterilizadas de un
casino, o de pura ignorancia, hacen que cualquier gestión de los mismos
deba estar presidida por un prudencia extrema, casi paranoica, ya que
los servicios que proporcionan sustentan la vida en nuestro planeta.
Cuando te enfrentas a problemas con un elevado grado de incertidumbre,
con propiedades no lineales, y las intervenciones naíf pueden provocar
pérdidas catastróficas, que permanecen ocultas durante un tiempo más o
menos prolongado, y sólo proporcionan unos beneficios limitados aunque
visibles a corto plazo, la prudencia debería ser la regla de oro. La
forma de tratar la incertidumbre es en último término una elección
puramente normativa, una elección que realizamos en atención a nuestro
desconocimiento esencial que no accidental del sistema ecológico.
La
estructura ecológica está formada por los individuos y comunidades de
seres biológicos, así como los recursos abióticos. Estos elementos forma
un sistema complejo y complejizante donde el todo es más que la suma de
las partes y, donde es habitual un comportamiento no lineal, por lo que
no podemos predecir en absoluto los efectos globales sobre la base de
nuestro conocimiento parcial de ciertas partes o subconjuntos. De esas
interacciones surgen, como fenómenos emergentes, funciones ecológicas
como el ciclo del agua.
Podemos
clasificar los recursos bióticos en: recursos renovables; servicios
ecológicos; y capacidad de absorción de residuos. Lo esencial es que
aunque se puedan estudiar por separado forman un sistema complejo, por
lo que lo que puede parecer una afección insignificante de la estructura
(los recursos tratados como flujo para su transformación) puede tener
efectos mucho más importantes en los servicios o en la capacidad de
absorción de los residuos. Los recursos renovables tienen lo que se
denomina capacidad de carga, más allá de ella empiezan a degradarse
afectando al sistema en su conjunto. Sin embargo, debemos abandonar la
idea de poder cuantificar de forma estática esa capacidad de carga, que
está influida e influye en los otros aspectos de sistema. La idea naíf
de que vamos a dar un precio a las posibles “externalidades” para
igualar el coste social y privado es totalmente absurda por dos motivos:
primero, requiere un planificador omnisciente; y segundo, la idea de la
existencia de un planificador cohabitando junto al mercado, entendido
como mano invisible que opera de forma automática para alcanzar el
equilibrio óptimo, en el sentido de Pareto, son totalmente
incompatibles. No es más que la reedición de los epiciclos del sistema
Ptolemaico. Primero, ignoras los recursos y su transformación, que
siempre genera residuos y, a continuación, los calificas como externos a
tu modelo. Si tu modelo pretende representar un animal sin boca ni ano
tienes un serio problema de comprensión de la realidad.
El
paradigma neoclásico afronta la gestión de los recursos desde el punto
de vista del mercado como asignador eficiente. Sin embargo, es bien
conocida la existencia de los fallos de mercado, por ejemplo, un
monopolio natural debido a las altas barreras de entrada es un caso
arquetípico de supresión de la competencia. Pero existen más fallos de
mercado que afectan de forma crucial a la gestión de los recursos
naturales. Se considera que existe un fallo de mercado cuando no existen
instituciones que establezcan, definan e impongan derechos de propiedad
o por sus características no haya la competencia que requiere el
mercado. El mercado necesita derechos de propiedad bien definidos y que
los bienes sean rivales, que el consumo o uso por parte de alguien
excluya su consumo o uso por parte del resto, es lo que se define como
rivalidad. Ninguno de los recursos naturales cumple con ambas
condiciones, y además existe el factor temporal, que empeora la
situación al considerar a las generaciones futuras. El ejemplo típico de
la falta de definición de los derechos de propiedad es la “tragedia de
los comunes” aunque los “commons” eran una propiedad colectiva
perfectamente regulada, totalmente alejada de cualquier “tragedia”. En
realidad, se refiere a los recursos con libre acceso, por ejemplo la
pesca, donde no existen instituciones que puedan imponer unos derechos
de propiedad definidos. La tragedia significa que las decisiones
individuales basadas en el propio provecho no producen el bien común,
sino todo lo contrario.
Es
importante destacar lo que ocurre cuando existe un conflicto entre los
mercados y los bienes públicos, aquellos en los que no puede haber
exclusión y no son rivales. Siguiendo un ejemplo de Daly y Farley (2004)
consideremos la situación en la que aparceros brasileños son expulsados
de las tierras donde trabajan en productos para el mercado local por el
terrateniente, que piensa dedicar sus tierras a la explotación de un
producto como la soja destinado al mercado internacional y que es
altamente mecanizable. La mejor opción disponible es convertirse en
colonos en la Amazonía, donde talarán un trozo de tierra, vendiendo la
madera y, posteriormente, se dedicarán a su explotación agrícola. Ambas
actividades son de mercado y pueden ser cuantificadas por su valor
monetario y descontadas a su valor actual. Sin embargo, los servicios
producidos por la selva amazónica a nivel, local, regional y global, son
bienes públicos sin mercado, no tiene valoración. Existen intentos de
cuantificación, sin embargo, son vanos pues el valor asignado depende de
nuestros conocimientos limitados y, lo que es peor, son una función
no-lineal que depende de cuantos sean los desplazados para calcular su
impacto. Desconocemos el punto a partir del cual las consecuencias pasan
a ser catastróficas, sólo podemos saberlo en retrospectiva. Desde el
punto de vista del colono su comportamiento vendiendo la madera y
cultivando la tierra es completamente consistente con un comportamiento
económico estándar. Desde el punto de vista global, las pérdidas, aunque
no cuantificadas, superan con mucho el beneficio individual, pero no
hay mecanismos que permitan la compensación. El choque de los bienes
públicos con el mercado nos conduce a una situación de empobrecimiento
por destrucción del capital natural. Desde el punto de vista económico
se reflejará en un aumento del PIB.
El
problema es muy grave, pues no se asignan y proveen eficientemente los
bienes a los que no son aplicables las condiciones de mercado como es el
caso de los servicios que proporciona el capital natural. La
despreocupación hacia estos bienes y servicios proviene de la hipótesis
de sustituibilidad entre el capital hecho por el hombre y el capital
natural. Cuando un recurso escasea, aumenta su precio, estimulando la
innovación y su sustitución. Las pruebas de ese mecanismo son numerosas
en los últimos 200 años, de lo cual se deduce que funciona. Hay dos
problemas básicos que nos debemos plantear. Primero, lo que Nicholas
Nassim Taleb denomina confundir la ausencia de evidencia con la
evidencia de ausencia: basta un cisne negro para desmentir la
proposición “todos los cisnes son blancos”, innumerables confirmaciones
anteriores no sirven cuando descubrimos un cisne negro. Segundo, si los
bienes que escasean o comienzan a escasear no cumplen con las
condiciones de mercado no tienen precio, por lo tanto, no hay ningún
signo de aviso. Como dichos bienes y servicios han sido tan abundantes
durante gran parte de los últimos 200 años se deduce que lo van a seguir
siendo para siempre, la hipótesis del mundo vacío. La economía
neoclásica trata con escaseces particulares, pero subyace la hipótesis
de la abundancia general gracias al progreso tecnológico.
El
paradigma neoclásico reduce los fallos de mercado a un problema de
externalidades, en el que los costes o beneficios privados no coinciden
con los sociales. En realidad la denominación de externalidad es
totalmente inadecuada ya que son inevitables e internas al proceso de
producción (transformación). La solución universal es asignar derechos
de propiedad para igualar esos costes, siendo innecesaria la
intervención del Estado más allá de garantizar e imponer el respeto a
los derechos de propiedad. Ya hemos comentado que no siempre es posible
asignar esos derechos o imponerlos, pero a efectos dialécticos vamos a
conceder que es factible. De acuerdo con el teorema de Coase desde el
punto de vista social es similar conceder un derecho, por ejemplo, al
aire limpio que un derecho a contaminar ese mismo aire, ambas soluciones
conducirán a una solución idéntica, siempre que no haya costes de
transacción y sepamos valorar cuales son los daños infringidos a la
propiedad (externalidades negativas).El teorema supone que ambas partes
tienen la capacidad de pagar, lo que frecuentemente no suele ocurrir,
además suele ser imposible determinar los daños y los costes de
transacción porqué involucran a una gran cantidad de agentes. Podemos
afirmar que las hipótesis del teorema son completamente irreales y,
además, subyace que considera plausible conceder el derecho a contaminar
Puede parecer que políticamente la regla de quien contamina paga
representa una elección normativa, pero es sólo una apariencia. Por
ejemplo, los países ricos se arrogan el derecho de contaminar los países
pobres que utilizan como vertederos de sus residuos.
Sin
embargo, el problema más grave para la gestión de los recursos es que
para que cualquier mercado funcione todos los interesados deben poder
participar. En el caso de los recursos las generaciones futuras tienen
indudable interés, pero no tienen capacidad de participar. Si postulamos
que las generaciones futuras tienen derecho al mantenimiento de los
ecosistemas que proporcionan los servicios imprescindibles para el
mantenimiento de la vida, significa que debemos invertir en recursos
renovables a medida que agotamos los recursos no renovables y, evitar o
compensar el deterioro que estos producen en el suministro de los
servicios naturales que su explotación supone. Lo anterior evoca a la
renta de Hicks, que es sostenible por definición, en palabras de Daly (2008):
"...la
máxima cantidad que una comunidad puede consumir en un año, y ser
todavía capaz de producir y consumir la misma cantidad el año siguiente.
En otras palabras, la renta es la máxima cantidad que se puede producir
manteniendo la capacidad productiva (capital) intacta. Cualquier
consumo de capital, hecho por el hombre o natural, debe ser sustraído en
el cálculo de la renta. Asimismo, debe abandonarse la asimetría de
añadir al PIB la producción de los anti-males sin, en primer lugar,
haber sustraído la generación de los males que han hecho los anti-males
necesarios. Señalar que el concepto de Hicks de renta es sostenible por
definición. La contabilidad nacional, en una economía sostenible,
debería intentar aproximarse a la renta hicksiana y abandonar el PIB."
Una
vez más, retomamos el concepto de la economía astronauta, que maximiza
el stock de capital minimizando el flujo, justo lo contrario de lo que
hacemos. En el caso de los recursos el citado comportamiento es
equivalente a administrar una empresa con criterios de liquidación. El
principio rector absoluto en un entorno de incertidumbre es la
prudencia, pues acciones que pueden ser beneficiosas de forma limitada,
pero inmediata, pueden esconder perdidas catastróficas que permanecen
ocultas a corto plazo y sólo se manifiestan a largo plazo.
Las
asunciones básicas del paradigma neoclásico son: maximización del
interés propio; y el criterio de Pareto como un sistema “objetivo” de
asignación. Con esas premisas los intereses de generaciones futuras se
tratan con el instrumento del descuento de flujos para obtener el valor
neto actual y realizar las comparaciones pertinentes con las
alternativas. La citada operación tiene un sesgo contrario a cualquier
criterio de sostenibilidad, cuanto más alto el tipo de descuento peor,
en el sentido de la renta de Hicks antes citada. El descuento valora
sistemáticamente los beneficios y costes futuros menos que los
presentes. 1.000 € ahora tienen un valor mayor que 1.000 € en el futuro,
cuando más lejano sea el futuro menor será su valor presente. La razón
es que hay un coste de oportunidad, puedo invertir 1.000 € ahora con una
cierta rentabilidad. Este criterio del descuento es el que subyace en
la regla de Hotelling, no confundir con la ley de mismo autor, que
concluye que en competencia perfecta el precio de los recursos no
renovables debe aumentar acompasadamente con el tipo de interés de
mercado en cada momento.
Sin
embargo, los precios de los combustibles fósiles no muestran el citado
comportamiento. En el caso del petróleo, la serie histórica muestra, en
el largo plazo, una gran estabilidad a precios constantes. En primer
lugar, los mercados de los combustibles fósiles están lejos de ser un
mercado en competencia perfecta. En segundo lugar, los precios no
reflejan la escasez de los recursos en su estado natural, sino la
escasez o abundancia de lo que hemos extraído que depende de nuestra
capacidad de extracción. Como se suele afirmar respecto al crudo, lo
relevante no es el tamaño del barril sino del grifo. Si tenemos un
precio relativamente bajo del recurso se incrementará su ritmo de
extracción, pues la lógica económica nos indica que la mejor opción es
venderlo e invertir el beneficio obtenido en las alternativas con mayor
rendimiento. Además el precio bajo rompe el estímulo de la sustitución,
mediante el uso de tecnologías alternativas y, por el contrario fomenta
las actividades complementarias, lo que abunda en el agotamiento del
recurso.
Las
soluciones al problema de la gestión de los recursos son un reto
complicado. La economía ecológica propone un criterio de sostenibilidad
que se traduce en el mantenimiento del stock de capital natural lo más
intacto posible entre las diferentes generaciones, como lo era antes de
la primera revolución industrial. Es cierto que la explotación de los
recursos no renovables implica necesariamente el agotamiento, pero aquí
la tecnología nos permite tener sustitutos renovables en los que
invertir para legar la misma capacidad que la que heredamos en el
contexto de un desarrollo económico sin crecimiento del flujo. Sin
embargo, el mercado no nos proporciona, como hemos visto, las señales
para esa sustitución.
Para
ello se propone cambiar el objetivo de la fiscalidad de aquello que más
queremos, añadir valor, a lo que más detestamos, el agotamiento de los
recursos. Herman Daly (2008) propone para una Economía en Estado
Estacionario que se corresponde con un planeta termodinámicamente
cerrado lo siguiente:
"1.
Sistema de fijación de límites máximos e intercambio de derechos
mediante subasta para la explotación de los recursos básicos. Límites
biofísicos máximos a escala de acuerdo con la fuente o el sumidero que
los limite, el que sea el más restrictivo. La subasta captura las rentas
de la escasez para una redistribución equitativa. El comercio permite
la asignación eficiente para los mejores usos.
2.
Reforma fiscal ecológica—cambiar la base imponible desde el valor
añadido (capital y trabajo) sobre “aquello a lo que se añade valor”, es
decir, el flujo entrópico de recursos extraídos de la naturaleza
(agotamiento), a través de la economía y, de vuelta a la naturaleza
(contaminación). Internalizar los costes de las externalidades así como
aumentar los ingresos más equitativamente. Apreciar lo escaso en la
contribución de la naturaleza que previamente no tenía precio."
Desde
la visión del crecimiento indefinido tales propuestas son absurdas ya
que limitan el flujo de recursos sin el cual la economía no puede crecer
en términos de PIB, único objetivo efectivo de la política económica
actual. Para nuestra perspectiva son un paso adelante encaminado a
minimizar el flujo de transformación (producción) y conservar el capital
natural y el hecho por el hombre, permitiendo el desarrollo económico
en contraposición al crecimiento. La principal función de los
instrumentos propuestos es permitir que la provisión de bienes públicos
sea la adecuada. En resumen, se trata de que el subsistema económico
encuentre su dimensión óptima en relación al sistema ecológico, en
función de los recursos disponibles, los límites físicos ineludibles y
la tecnología de cada momento.
Democratizar el dinero
Las
sucesivas crisis financieras del periodo de la globalización han
reavivado, durante los últimos quince años, las críticas a nuestro
sistema monetario. A través de una prolífica serie de libros y
documentales algunos ciudadanos hemos ido conociendo sus
características, la más llamativa de las cuales es la creación, por la
banca comercial, del dinero como crédito, por el procedimiento de
realizar una anotación en la cuenta del cliente, creando un depósito, en
el mismo momento en que se concede el crédito.
Este
dinero-deuda o dinero-crédito no explica, sin embargo, todo el proceso
de creación monetaria. Como enfatizan los teóricos de una reciente
teoría post-keynesiana, llamada Teoría Monetaria Moderna, los estados
modernos tendrían el monopolio de creación de activos financieros netos,
es decir, monedas, billetes y reservas de la banca comercial en el
banco central. A partir de este punto los teóricos monetarios comienzan a
divergir:
Las
teorías recogidas en los libros de texto señalan que la banca comercial
"multiplica" una serie de veces los activos financieros netos creados
por el banco central. A través de este proceso de "multiplicación", el
banco central controlaría la creación monetaria, y restringiendo o
aumentando la cantidad de reservas, o fijando su precio, el tipo de
intervención, que a su vez influiría en otros tipos de interés,
conseguiría controlar el todo a través de la parte, incluso aun cuando
la parte, los activos financieros netos creados por el banco central, es
tan minúscula como para oscilar entre el 3 y el 9%.
Por
el contrario, precursores de la economía ecológica como Frederick Soddy
y los economistas post-keynesianos consideran que el dinero es
endógeno, es decir, viene determinado por la demanda de préstamos de
ciudadanos y empresas, y por la habilidad del sistema financiero para
conceder nuevos préstamos, que depende de los préstamos fallidos
anteriores.
Recientemente esta postura ha cobrado mayor relevancia de cara a la opinión pública merced a un documento del Banco de Inglaterra,
en el que entre otras cosas se afirmaba: "En situaciones normales
(tradúzcase por: cuando no hay una crisis), el banco central no fija la
cantidad de dinero en circulación, ni el dinero del banco central es multiplicado en más préstamos y depósitos". El multiplicador monetario es un mito,
la mejor analogía para los bancos centrales no es la del controlador
aéreo, sino la del equipo de bomberos que intenta mitigar los daños y
rescatar a los supervivientes de la catástrofe.
En
realidad, el banco central no fija, ni por aproximación, la cantidad de
dinero en circulación, intenta influir en esa cantidad de dinero a
través de la base monetaria, esencialmente las reservas que los bancos
comerciales poseen en el banco central con las cuales saldan las
operaciones entre ellos. Sin embargo, de acuerdo con la teoría del
dinero endógeno la causalidad es la contraria a la que relata la fábula
del multiplicador, la base monetaria se mueve de acuerdo con los
requerimientos del dinero que crean los bancos comerciales cuando
realizan prestamos, primero prestan y luego buscan las reservas (base
monetaria). Eso implica que el banco central no controla, crea las
reservas necesarias mediante préstamos, si el banco comercial no puede
obtenerlas por otros medios (normalmente el mercado interbancario donde
las entidades se prestan entre ellas). El motivo por el que el banco
central acude, casi siempre, en auxilio de los bancos, no es sólo para
evitar problemas de liquidez en el conjunto del sistema cuando alguna
entidad tiene problemas, sino porque su objetivo fundamental es el
mantenimiento de un determinado tipo de interés. Si el banco en cuestión
no encuentra el dinero en el interbancario a un tipo determinado y
necesita el dinero, se produciría una escalada de tipos que se
transmitiría al resto del sistema. Por eso el banco central le prestará
las reservas al tipo de intervención fijado. En resumen, la base
monetaria se crea a demanda de la cantidad de dinero en circulación que
crean los bancos comerciales, justo lo contrario de lo que explican los
libros de texto de economía.
En
períodos de crisis, los bancos centrales intentan que el sistema
funcione tal como cuentan los libros, crean base monetaria para expandir
la cantidad de dinero en circulación. Los métodos son variados, el más
importante es el "Quantitative Easing", que consiste en la compra en el
mercado de activos financieros para aumentar los depósitos de los
vendedores, por ejemplo, la adquisición de bonos a un fondo de
pensiones. La venta de los bonos aumenta su depósito en un banco
comercial. Eso implica que aumenta la reserva de ese banco en el banco
central. Visto desde el punto de vista del banco central la compra de
los activos financieros supone un aumento de sus activos (cuando el
banco central extiende un cheque no necesita tener el dinero, lo crea ex
novo, fiat) y la contrapartida en su pasivo es el incremento de la
reserva del banco comercial donde el banco central ha depositado el
dinero que ha pagado al fondo de pensiones. Esto quiere decir que tienen
las reservas y no necesitan buscarlas, pueden pasar a prestar. El
problema es que la expansión del crédito no sólo depende de la
disponibilidad de reservas, en realidad la disponibilidad de reservas es
irrelevante, el problema es que no tiene a quien prestar para compensar
la destrucción de dinero que supone el desapalancamiento del sector no
financiero, empresas y familias, o los impagos que se producen.
Finalmente lo que sucede es que lo dejan en depósito en el banco
central, por eso se articulan medidas para desincentivar ese
comportamiento, como los intereses negativos que constituyen una
sanción, o lo que es mucho peor, ante la falta de proyectos rentables se
crean nuevas burbujas financieras, que dan una cierta imagen de
recuperación.
Pero
las principales escuelas defensoras de la teoría del dinero endógeno no
llegan a las mismas conclusiones, para los post-keynesianos los
problemas monetarios son políticos, se deben a una mala operación del
sistema, y la solución sería realizar jubileos o quitas de deuda e
inyectar generosas cantidades de reservas o activos financieros netos en
el sistema, a través de la monetización de cuantiosos déficits
públicos.
Para
la economía ecológica el problema es estructural, es el sistema en sí
mismo el que es defectuoso, dado que el dinero es creado de forma
artificialmente escasa, al no crearse el interés de los préstamos, que
debe producirse en el futuro, con nuevos préstamos, o con la inyección
de activos financieros netos a través de déficits del estado monetizados
por el banco central. Ambas soluciones apuntan o bien al desarrollo de
las fuerzas productivas o crecimiento, o bien a la inflación de activos o
la inflación genérica, dado que se han confundido dos variables que
siguen reglas esencialmente distintas: la riqueza real proporciona los
servicios necesarios para el mantenimiento de la vida y el disfrute de
la misma y sigue las leyes reales que rigen nuestro universo, y su vara
medir, el dinero, una abstracción, no ha sido definido según esas leyes.
En palabras de Frederick Soddy:
"Las
deudas están sujetas a las leyes de las matemáticas, más que a las de
la física. A diferencia de la riqueza, que está sujeta a las leyes de la
termodinámica, las deudas no se pudren con la vejez y no se consumen en
el proceso de vivir. Por el contrario, crecen en un tanto por ciento
por año, por las conocidas leyes matemáticas de interés simple y
compuesto [...] Esta confusión que subyace entre la riqueza y la deuda
es la que ha hecho una tragedia de la era científica."
No
se trata de un mero problema de regulación del sistema financiero, ni
se puede resolver haciendo propósito de enmienda, tal y como es habitual
escuchar: “hemos visto lo que ha pasado y hemos aprendido de los
errores, ahora lo vamos hacer bien”. El problema es de carácter
estructural. La creación de dinero mediante deuda no supone que nadie
renuncie a consumo presente por el consumo futuro, el banco al prestar
aumenta la capacidad de compra total de la economía, no es un mero
intermediario. Además como su ganancia depende de los intereses que
cobra por ese dinero (derecho de señoreaje) provoca que sus incentivos
se dirijan a aumentar el crédito, en épocas de expansión, mucho más allá
de lo necesario para las actividades que añaden valor. La consecuencia
es la generación continua y creciente de burbujas financieras que hemos
experimentado los últimos 30 años.
Se
puede mejorar el desempeño de un coche averiado mediante la búsqueda de
la excelencia en la conducción, pero quizás es hora de pensar en un
cambio de coche, tal y como planteó el propio Soddy en 1924
La
emisión y retirada de dinero deben ser potestad de la nación,
realizarse en función del interés general, y debe cesar por completo de
proporcionar beneficios a las corporaciones privadas. El
dinero no debe devengar intereses a causa de su existencia, tan solo
cuando es realmente prestado por su legítimo dueño, que lo da al
prestatario.
Una
parte muy importante de la deuda nacional debe ser cancelada y la misma
suma de dinero Nacional emitido para reemplazar el crédito creado por
los Bancos.
Los
bancos deben ser obligados a mantener reservas de 'Moneda Nacional'
dólar por dólar por cada dólar depositado en ellos, a excepción de los
depósitos que están genuinamente 'invertidos', y no están disponibles
para ser utilizados como dinero.
No
se elimina el interés, sino sólo la creación monetaria con interés,
mediante una separación estricta entre dinero y crédito. El dinero
privado generalmente es creado con fines de lucro, por ello se emite con
interés, pero en el seno de una comunidad política se puede crear
dinero sin interés, para el interés general, que se inyectaría a la
sociedad a través del gasto público. Los bancos deberían mantener una
reserva de caja del 100%, y actuar realmente de intermediarios,
prestando sólo el dinero realmente ahorrado, que dejaría de estar
disponible para el ahorrador, hasta la cancelación del préstamo.
El
sistema de Soddy fue posteriormente refinado por los economistas Henry
Simons e Irving Fisher, y más tarde defendido por académicos de
prestigio como Maurice Allais. En el presente Richard Werner, Kaoru
Yamaguchi, Michael Kumhof o Jaromir Benes continúan su defensa
académica, y se ha creado una asociación con 30.000 seguidores en Reino Unido con el objetivo de difundir entre el público la reforma, y el parlamento de Islandia se plantea su implementación.
Es una reforma ampliamente conocida y estudiada, realizable con tan
sólo publicar una norma en el B.O.E. Dado que la creación monetaria es
una fuente de lucro considerable, la reforma tendría un efecto
redistributivo muy importante, que Kumhof y Benes denominaron "dramática
reducción de la deuda pública neta", y "dramática reducción de la deuda
privada".
Entre
los aspectos que han oscurecido la reforma se encuentra la mayor
difusión de un sucedáneo posterior de la misma, desarrollada por
economistas liberales, copiando aspectos esenciales de las reformas de
Soddy y Fisher, pero cambiando completamente el sentido. En la versión
liberal se mantiene el coeficiente de caja del 100%, pero la creación
monetaria se encomienda a un factor exógeno, que puede ser el suministro
de oro, u otro mecanismo que cumpla la misma función. Como de esta
forma el suministro de dinero depende de algo completamente aleatorio,
sin relación con la economía real, se abre una vía para ciclos de
inflación, deflación y crisis de deudas de carácter todavía más
devastador que los actuales. En otras versiones, y ante el temor a los
brutales efectos de la anterior propuesta, se continúa manteniendo el
dinero-crédito bancario, y por tanto el fallo estructural, introduciendo
un factor exógeno que limite la cantidad de créditos que pueden crear
los bancos (por ejemplo, mantener una relación fija con una reserva oro)
o bien se le asigna la misma función de freno y control a un factor
endógeno (la competencia en un mercado en el que se elimina la
intervención de un banco central). Esta visión parte de una concepción
filosófica del mundo incoherente, que olvida que el dinero es como una
commodity, algo que necesitamos todos (como el agua o el aire), el
puente por el que debe pasar cualquier transacción. Al igual que
cualquier commodity, la mayor fuente de lucro no se encuentra en su uso
prudente y eficiente, por el bien de todos, sino en la renta que se
podría obtener de su control y acaparamiento. Hay, por tanto, que
revertir la privatización de la creación monetaria y proceder a su
democratización.
Monedas para las necesidades de la comunidad
Volviendo a citar a Polanyi, en su libro El sustento del hombre
definía el dinero como un sistema semántico, equivalente a los pesos y
medidas o al lenguaje. Si es así ¿Qué información nos da? El dinero nos
permite cuantificar de forma precisa la importancia de un objeto o un
servicio en una situación determinada, en la que emplearemos el dinero
por alguno de sus usos, que según la teoría económica convencional son
el de patrón de valor, medio de cambio y depósito de riqueza. Polanyi
añade un uso más, el de pago, pero lo más interesante es que basándose
en la evidencia etnográfica e histórica, sostiene que los diferentes
usos del dinero habrían evolucionado de forma separada. En lugar de
emplear un dinero “para todo uso”, se habría empleado dineros distintos
para cada uno de los usos. Por ejemplo:
"En
la antigua Babilonia el dinero era corriente, pero tenía un uso
especial: el grano era el fungible más utilizado como medio de pago,
para los salarios, las rentas y los impuestos; la plata era empleada
universalmente como patrón de valor tanto en el trueque como en las
finanzas de productos básicos muchos de los cuales, como equivalentes
fijos, se usaban para el intercambio sin dar preferencia a la plata."
Estos
hechos arrojan una nueva luz sobre las teorías del localismo monetario.
Incluso en un sistema monetario en el que hayamos eliminado la emisión
de dinero con interés, y corregido los principales fallos estructurales
del sistema actual, puede ser de gran utilidad separar las funciones del
dinero, de forma que su función de depósito de riqueza no obstaculice
su función como medio de cambio.
Incluso
en una economía más local, será deseable mantener un cierto volumen de
comercio exterior, para adquirir bienes necesarios que sea difícil
producir localmente, incluidas las materias primas. Para ello será
preciso una moneda acumulable, con un valor estable, definida según los
criterios que hemos detallado en el apartado anterior. Sin embargo, a
nivel local sería posible instituir todo un variopinto ecosistema
monetario, de forma que el medio de cambio local no dependa de las
vicisitudes de la moneda nacional, incluso aunque esta esté definida
ahora sobre bases sólidas. Con este fin Silvio Gesell, en su obra El orden económico natural,
introdujo el concepto de “oxidación” de la moneda, o depreciación
programada en el tiempo, que incentiva el uso de la moneda y resta
sentido al acaparamiento, de forma que la función de depósito de riqueza
no interfiera con la de medio de cambio.
Este
tipo de nuevos "ecosistemas monetarios" se podrían incentivar con unas
sencillas políticas públicas que pueden ir desde una ayuda en su
promoción y gestión hasta la propia participación de la administración
pública incorporando las nuevas monedas en su presupuesto, ya sea a
través de su emisión para financiar una renta básica, el pago a
funcionarios o subvenciones, de modo que provean de financiación pública
gratis, como también mediante la aceptación de éstas en pago de
impuestos o adquisición de servicios y productos públicos como pueden
ser proyectos culturales, instalaciones deportivas, actividades de ocio,
etc… Cabe la posibilidad de dar crédito barato o gratis a proyectos que
de otra manera no lo obtendrían, promoviendo y recompensando otros
valores y modos de vida que no tienen cabida en el economicismo actual.
La
incorporación de las monedas regionales en los presupuestos de la
administración pública daría una mayor seguridad a las monedas en su
inicio y solucionaría la totalidad de conflictos por problemas de
asignación de recursos desde el gobierno central a las distintas
regiones del país, pues las monedas locales permiten emancipar gran
parte del presupuesto del gobierno central, otorgando una mayor
autonomía en la política a nivel regional y favoreciendo así una
administración pública mucho más cercana.
Una economía inclusiva y un marco para la innovación social
Uno de los temores ante el fin de la economía del crecimiento es que se produzca una Gran Exclusión.
Uno de los costes de la producción es el trabajo, por fuerza debe
reducirse si la producción disminuye, o incluso si permanece
estacionaria, pero el empleo es para una gran mayoría de población la
única forma de percibir un ingreso que permita una mínima autonomía
personal.
Por
otro lado, la dependencia económica del mercado (o de un estado que
compense nuestra alienación mercantil) hace imprescindible algún
instrumento que nos proporcione autonomía económica personal, (sin la
cual a menudo se ven anuladas las demás libertades cívicas), y que nos
permita además reducir y transformar los procesos productivos por otros
realmente sostenibles sin que esa “reconversión” tenga como resultado
una Gran Exclusión. ¿Cómo podríamos recuperar autonomía económica frente
a esta necesidad de crecimiento alienante y devastador o ante su
inexorable declive?
En
ausencia de los ancestrales bienes comunes para la autogestión, serán
necesarias nuevas formas de empoderar económicamente a las personas.
Todo el mundo debería disponer de alguna alternativa frente al abandono y
la indiferencia propias de un mercado excesivo en su producción, pero
insuficiente para emplear a todos e insatisfactorio en la forma de
hacerlo. Con este fin se manejan dos alternativas, una Renta Básica de
Ciudadanía y una Garantía Pública de Empleo, para aquellos que son
desechados por el mercado. En la práctica, ambas opciones podrían
convivir junto con otros acuerdos complementarios.
Todo
sistema económico debe repartir los costes y los beneficios de la
producción. Es evidente que una redistribución a través de una Renta
Básica es poco eficiente por el lado del reparto de costes, mientras que
resulta muy favorable en otros aspectos esenciales, en particular al
desligar el problema de la subsistencia del móvil de la ganancia y del
mercado de trabajo. La ineficiencia en la distribución del empleo no
deberían pagarla los ciudadanos perjudicados por ella.
Para
mejorar el desempeño de la Renta Básica por el lado de los costes, y
siempre que nos encontremos en un marco previo de sostenibilidad, y no
se use simplemente para redistribuir, se podrían aplicar diversas
modificaciones sobre su diseño original, con resultados notables:
Frugalidad:
La Renta Básica ha de ser tan reducida como sea posible, aunque
suficiente para cubrir las necesidades básicas. Una forma de hacerla
todavía más frugal, es abonar una parte en forma de cuotas de
energía/alimentos intercambiables. De esta forma, se da un incentivo
para reducir el consumo propio, pudiendo traspasar los excedentes por un
módico precio, que se obtendría en forma monetaria para su uso
discrecional. Hay que señalar que una vez aplicada la reforma fiscal,
habría un gran incentivo para usar ese gasto discrecional de una forma
compatible con la salud del planeta.
Libertad para intercambios autónomos y liberación de tiempo para progreso personal y social:
La Renta Básica, al ser universal, al contrario que una renta para
pobres, no fomentaría la economía sumergida, dado que la percibe tanto
quien trabaja como quien no. Además, cuando se propone desde un marco de
sostenibilidad, debemos tener en cuenta que al menos 2/3 de los
impuestos deberían recaudarse con impuestos al consumo del capital
natural y a la propiedad, en particular de la tierra. Esto permite
suponer que los impuestos al trabajo pueden desaparecer, (si no se
consiguiese este objetivo, se podría buscar el mismo resultado con el
uso de monedas complementarias, como hemos explicado anteriormente),
salvo quizás para salarios elevados, por lo que la distinción entre
economía formal e informal desaparece, al menos desde el punto de vista
del trabajador. Esto podría suponer un gran incentivo para complementar
la Renta Básica con trabajos a jornada parcial, o con intercambios
autónomos entre los ciudadanos. Supondría también un fuerte impulso a
actividades de poca o nula rentabilidad monetaria, como la mejora de
bienes comunes y la economía solidaria.
También
permitiría liberar tiempo, dedicando una parte al mercado, pero sin la
angustia existencial de perderlo todo por reducir tu participación.
Incluso las personas que decidiesen trabajar a jornada completa podrían
plantearse tomar un año sabático de vez en cuando, y las empresas se
adaptarían al nuevo marco ofreciendo contratos de mayor flexibilidad
horaria.
La
liberación de tiempo permite evolucionar hacia una sociedad en la que
nuestros verdaderos valores sean protagonistas, en lugar de dejar que el
mercado decida todo por nosotros, poniendo en valor el tiempo de
nuestra vida que no está relacionado con la mera producción y consumo.
Tiempo para la autonomía personal y social, porque esa autonomía
requiere reflexión, aprendizaje y deliberación. Se abre por lo tanto la
posibilidad de una mejora interior del ser humano, frente al progreso
tan sólo material de los últimos siglos.
Permite
cambiar la mentalidad que nos lleva a que cualquier incremento de
productividad se convierta necesariamente en una mayor demanda de nuevos
bienes y servicios, permaneciendo siempre completamente ocupados en su
producción con independencia de su verdadera necesidad.
Es
conocido el ejemplo del indígena que al recibir como regalo un machete
de fabricación industrial no utiliza esa nueva herramienta para obtener
una mayor recolección, acaparando alimentos y materiales, sino para
disfrutar de más tiempo para sí mismo y para su vida en comunidad. En
nuestro caso una equivocada idea de progreso centrada en el crecimiento
material no sólo impide nuestra maduración como personas y como sociedad
sino que exige una acumulación devastadora. Aun apostando por una
ampliación de posibilidades de la humanidad, distinta de la conformidad
con su vida y su mundo propia del indígena, esta pasaría por una mejora
de nosotros mismos y de nuestro conocimiento, no por una permanente
infantilización de la vida adulta (abandonada en una actividad laboral
heterónoma y en una forma de disfrutar basada en el consumo de
sensaciones).
En
nuestro modelo económico la única manera de compensar los puestos de
trabajo perdidos por la mejora tecnológica y por los ciclos económicos
es el crecimiento. Todo se hace depender de la emergencia de nuevo
crecimiento económico. La dependencia del crecimiento infinito lleva a
que una y otra vez las mejoras en la eficiencia energética no alivien la
presión sobre el medio ambiente sino que incluso la incrementen. Sin
embargo, como muestra el ejemplo de esas otras culturas, la "paradoja de
Jevons" no es un determinismo humano sino que tiene un origen cultural.
El modelo económico es un subsistema de la cultura. En la medida en que
la nuestra sea realmente una "sociedad abierta", dotarnos de una nueva
cultura será la premisa necesaria para poder librarnos de la sumisión
economicista de la vida.
Keynes
auguraba que en nuestros días podríamos vivir trabajando unas quince
horas a la semana. Ese es el único keynesianismo que debemos recuperar,
el que el propio Keynes proyectó para nuestro tiempo. Y lo que falló no
fue su predicción sobre los incrementos de productividad que se darían,
sino su predicción política. No elegimos bien. Probablemente la
necesidad de mano de obra aumentará en algunos sectores económicos
básicos como consecuencia de la crisis energética a pesar del declive
económico medio, pero en cualquier coyuntura podremos elegir el enfoque
que daremos a las mejoras de productividad, y podremos elegir si nos
hacemos depender de un crecimiento infinito o si elegimos otro modelo.
No hay un determinismo sino una responsabilidad. En consecuencia debemos
tomar una decisión sobre este punto crucial para optar por una economía
que no dependa del crecimiento.
Valorar
el tiempo de nuestra vida al margen de las relaciones económicas es un
primer paso imprescindible para poder reivindicar el valor de la vida
misma sobre lo que determine la rentabilidad en el mercado, pero además
conduce a una mejor satisfacción de todas nuestras necesidades, y es lo
que realmente puede ampliar nuestras posibilidades, como individuos y
como sociedad.
Cuidado y mejora de bienes comunes:
Son necesarios cambios radicales a nivel local, en el diseño de las
ciudades, en la movilidad, y en la producción local de alimentos. Se
podría emplear a aquellos que lleven un determinado periodo de tiempo
percibiendo sólo esta Renta Básica en estas labores de apoyo a la
comunidad, en huertos urbanos u otras labores necesarias como los
cuidados, mejora del entorno natural o pequeñas infraestructuras. Este
trabajo comunitario podría autogestionarse desde asambleas de barrio,
introduciendo de forma paulatina los principios de la democracia
deliberativa que más tarde describiremos.
Esto
permite definir una política sobre los bienes comunes que consistiría
en la preservación a largo plazo del invaluable patrimonio natural del
que en última instancia depende todo lo demás. Por otra, con ella se
trataría de preservar también la sostenibilidad y la resiliencia social,
recuperando el vínculo entre nuestro desempeño económico y la
naturaleza de la que formamos parte, así como las relaciones económicas
cercanas, entendidas como una forma de convivencia y no sólo como un
intercambio.
El
desarrollo de este tipo de economías permitiría además vincular de
nuevo el coste de producir (en tiempo de trabajo) con la obtención de
recursos económicos. En este terreno debe citarse la obra de Elinor Ostrom y su vasto estudio empírico sobre el gobierno de los bienes comunes. Álvaro Ramís Olivos nos reseña su pensamiento en este artículo de la revista Ecología Política:
"La
tesis fundamental de su obra se puede sintetizar en que no existe nadie
mejor para gestionar sosteniblemente un «recurso de uso común» que los
propios implicados (1995: 40). Pero para ello existen condiciones de
posibilidad: disponer de los medios e incentivos para hacerlo, la
existencia de mecanismos de comunicación necesarios para su implicación,
y un criterio de justicia basado en el reparto equitativo de los costos
y beneficios.
La novedad radica en evidenciar que existe una forma colectiva de uso y explotación sustentable de los campos de pastoreo (y los bienes comunales en general) que no está sujeto a la lógica de la tragedia de los comunes. (En referencia a Garrett Hardin).
Ostrom muestra que las formas de explotación ejidal o comunal pueden proporcionar mecanismos de autogobierno que garantizan equidad en el acceso, un control radicalmente democrático, a la vez que proporcionan protección, y vitalidad al recurso compartido. Por lo tanto, ante la posibilidad de la sobreexplotación la opción de Ostrom es «incrementar las capacidades de los participantes para cambiar las reglas coercitivas del juego a fin de alcanzar resultados distintos a las despiadadas tragedias» (Ostrom, 2011: 44).
La ausencia de propiedad individual no implica libre acceso ni falta de regulación ya que los bienes comunes pueden ser administrados de forma efectiva cuando no son considerados terra nullius y se cuenta con un campo de interesados que interactúan para mantener la rentabilidad sostenible a largo plazo de esos bienes.
La clave está en los principios de diseño que se pueden entender como “variables contextuales que tienden mejorar los niveles de cooperación, mientras su ausencia la desalienta.”
En
definitiva las aportaciones de Ostrom y su escuela superan los análisis
convencionales que se mueven bajo categorías binarias que transitan
entre lo propio y lo ajeno, lo estatal y lo privado, lo de todos y lo de
nadie."
Como concluye David Bollier, “la tragedia de los comunes realmente debería llamarse la tragedia del mercado.
El Mercado/Estado es en gran medida incapaz de establecer límites a sí
mismo o declarar que ciertos elementos de la naturaleza, la cultura o la
comunidad deben permanecer inalienables para poder garantizar la
supervivencia de la especie.”
Por último, y para aquellas infraestructuras o bienes comunes que exceden los ámbitos comunitarios, se podría crear una Garantía Pública de Empleo,
donde preferentemente se podría emplear a las personas que llevan mucho
tiempo cobrando la Renta Básica y que procedan de comunidades más
pobres, con menos recursos para complementar su renta de forma autónoma.
Como ventaja añadida, este sector también podría canalizar la
aspiración laboral de sus integrantes hacia actividades que reduzcan el
impacto ambiental de la producción, como el reciclaje, las reparaciones y
la oferta de bienes que minimicen su obsolescencia, (y por tanto el
flujo de materiales y energía), una oferta que podría tener cierta
demanda pero que el mercado tiende a anular porque actuaría contra la
renovación de la rentabilidad en los negocios.
En
resumen, en un mundo completamente acaparado, una Renta Básica vendría a
suplir el ancestral acceso a los bienes comunes necesarios para
subsistir, pero, y a pesar de su carácter asistencial, implementada de
forma realista serviría para ir creando formas de vida autónoma que no
dependan de los excedentes del mercado, mediante la liberación del
trabajo libremente intercambiado y la construcción y mejora de bienes
comunes autogestionados. Por tanto, esta renta no debería ser concebida
como una prestación más hecha posible por los excedentes del mercado
sino como una forma de compartir universalmente una parte de la
producción (suficiente para la subsistencia digna de todos), porque
entendemos que esta nueva forma de organización social es positiva para
el conjunto de ciudadanos. Garantizar la inclusión económica nos
permitiría desvincularnos de la necesidad de crecer porque las personas
ya no seríamos meros factores de la producción, dependientes de que esta
se mantenga o aumente, sino sujetos de derechos económicos. Estamos por
tanto proponiendo una ampliación de derechos laborales o productivos,
que deberían recogerse en las respectivas cartas constitucionales de
cada unidad política.
Otras formas de producir: Iniciativas en desarrollo
En
la medida en que utilicemos el mercado, este debe verse condicionado
por los verdaderos valores humanos que el frío criterio de la
rentabilidad no puede tener en cuenta. La esclavitud y el crimen pueden
ser rentables, y aun suponiendo que puedan prohibirse y eliminarse
completamente, (cosa que aún no ha ocurrido), estos ejemplos muestran
como el criterio de la rentabilidad es ajeno al de virtud
o simplemente a la idea de un futuro mejor. Así se explica que nuestro
modelo productivo pueda destruir incluso las bases naturales que lo
sostienen. Por ello es necesario que el mercado se vea condicionado por
criterios éticos elegidos entre todos mediante la deliberación política.
El antiguo mercado legal de esclavos no terminó gracias al propio
mercado libre, como es obvio, sino mediante una decisión política, y
nadie duda que fuera un buen paso para la humanidad a pesar del
deterioro que pudo suponer para algunos beneficios.
Una de las propuestas que intentan introducir verdaderos valores en el funcionamiento del mercado es la llamada Economía del Bien Común.
Entre otras cosas, este modelo establece una gradación de incentivos
legales para las empresas de modo que los precios acaben alineándose con
los valores establecidos democráticamente en su Matriz del Bien Común.
Volviendo sobre el trabajo de Elinor Ostrom, su estudio sobre El gobierno de los bienes comunes
no sólo atañe a la gestión de lo que se considera patrimonio común sino
a una forma de gestionar recursos compartidos por parte de un número
limitado de usuarios, (propietarios o usufructuarios de los mismos),
diferente a la gestión empresarial (cuyo único sentido es la
rentabilidad en el mercado). En este caso los usuarios pueden producir
para sí mismos en primer lugar y decidir hasta qué punto producir
excedentes para el mercado, para libres intercambios o para una
comunidad más amplia.
El
problema, claro está, reside en la obtención de los medios necesarios
para esa autogestión. Y en este terreno quizá es donde más posibilidades
podría ofrecer la definición de una política para la autogestión en
base a bienes comunes. Desde la aprobación de una ley de balance neto
que nos permita ser prosumidores de energía aprovechando ese bien común
que es el sol (tanto en hogares como en colectivos más amplios) hasta
la concesión de tierras y medios de producción para la autoorganización a
partir de proyectos colectivos que cumplan ciertos requisitos de
seriedad y compromiso.
Otra
forma de llevar esto a la práctica consiste en elegir aquellas empresas
que desde su constitución y en sus estatutos incluyen criterios éticos o
políticos por encima de la rentabilidad. El ejemplo emergente (y
pujante) es el de algunas cooperativas de consumo energético sin ánimo de lucro que incluso logran basar gran parte de su trabajo en el voluntariado. También las cooperativas de producción y consumo agroecológico son un buen exponente de esto y quizá el que con más urgencia necesitamos.
Estas formas de producción, englobadas en lo que se ha dado en llamar “mercado social”,
amplían el número de variables sobre las que podemos influir como
consumidores, (a menudo limitados a una oferta manipulada y a mercados
amañados precisamente por parte de los adalides de la privatización). Se
trata de opciones ya disponibles (que van más allá de una mera RSC
publicitaria) y que por ello permiten hacer algo útil en favor de un
cambio social desde el momento presente. Dada la urgencia del cambio que
necesitamos, creemos que es necesario aprovechar de un modo inclusivo
las diferentes alternativas que se nos presentan y además explorar otras
posibles soluciones que quizá aún no nos hemos planteado, pero que
seguramente surgirán si se establecen los incentivos adecuados, mediante
la serie de reformas que hemos introducido en los anteriores apartados.
Una democracia a escala humana
Polanyi termina su obra maestra con un alegato en favor de la libertad: La libertad en una sociedad compleja, último capítulo de La Gran Transformación.
Para la ideología dominante de nuestra era, así como la del siglo XIX,
que no reconoce la existencia de la sociedad, y tampoco del poder y la
coacción, la libertad se convierte en un sinónimo de la libre empresa,
que debe funcionar sin trabas, sin ningún tipo de dirigismo estatal. Por
el contrario, para quien reconoce la existencia de la sociedad y del
poder de las instituciones, como ese mercado autorregulador que
convirtió al hombre y la naturaleza en mercancías, la libertad debe ser
instituida, entre todos, para todos, mediante la ampliación efectiva de
los derechos del hombre. Es evidente como entronca esto con el concepto
de autonomía, que debería incluir, junto a las libertades negativas (de
expresión, asociación, jurídicas) el derecho efectivo a participar en
los costes y beneficios de la producción, por encima de cualquier
racionalismo económico.
Posteriormente, Cornelius Castoriadis
continuaría sacando las conclusiones de estos hechos. Si la institución
ejerce tanto poder, la libertad debe incluir, al menos como ideal, el
concepto de la autoinstitución, el darse la propia ley, lo que sólo
puede suceder en una democracia deliberativa.
"El
objetivo de la política no es la felicidad, sino la libertad. La
libertad efectiva (no me refiero aquí a la libertad “filosófica”) es lo
que llamo autonomía. La autonomía de la colectividad, que no puede
realizarse más que a través de la autoinstitución y el autogobierno
explícitos, es inconcebible sin la autonomía efectiva de los individuos
que la componen. La sociedad concreta, que vive y funciona, no es otra
cosa que los individuos concretos “reales.”"
La
deliberación no es una panacea, pero es la mejor forma que conocemos de
instituir una democracia que no sea simplemente una agregación de
intereses individuales mediante el voto, sino una búsqueda conjunta y
reflexiva del interés general, y puede ser también un límite y un
elemento de control del principio de la representación, que no será
fácil eliminar completamente en una sociedad compleja.
La
deliberación podría concebirse como una forma de ir mejorando, de forma
pragmática, las prácticas democráticas actuales, a través de nuevas
instituciones, como el presupuesto participativo de Portoalegre o los sondeos deliberativos de algunos estados europeos.
En una sociedad más local y con menos tiempo dedicado al mercado, el
principio de la deliberación puede florecer, de forma que vayan
surgiendo nuevas instituciones, completando y mejorando estos primeros
experimentos, que están comenzando a canalizar la por largo tiempo
reprimida pasión del hombre por el autogobierno y la autoinstitución.
Cabe
añadir que en el contexto social de nuestros días, masificado, complejo
e interdependiente a una escala nunca anteriormente vista, Internet
puede resultar imprescindible para el cambio cultural que necesitamos.
Como enseña el sociólogo Manuel Castells, la autonomía personal y social
se ven favorecidas por la “autonomía comunicativa” y por el procomún
inmaterial constituido por el conocimiento compartido. La red se revela
como una herramienta clave para facilitar ambas cosas así como para
hacer posible una participación política flexible, adaptada a las
diferentes situaciones personales, y adaptada a los diferentes ámbitos
de decisión, desde lo local a lo global.
Si
la deliberación es el principio que permite superar la mera agregación
de preferencias individuales hacia un objetivo compartido de bien común,
la participación permite superar la mediación entre el sujeto y sus
preferencias políticas, realizada por el representante. El sujeto se
convierte por tanto en protagonista, participando en la preparación de
la agenda de opciones, en lugar de limitarse a elegir dentro de una
agenda cerrada, lo que en un contexto de crisis como el actual, donde es
necesario la transición hacia un nuevo paradigma, puede estimular el
florecimiento de soluciones creativas que emanen desde abajo hacia
arriba y resulten, por lo tanto, más congruentes con las aspiraciones
reales de las personas.
Artículo consensuado por la asociación Autonomía Y Bienvivir, y redactado por los siguientes miembros, ordenados alfabéticamente
Manuel Campos Ruiz, estudiante de 3er curso de Ciencias Económicas.
Alfredo Carreras Rodríguez, Licenciado en Sociología.
María Ángeles García Sánchez, Doctora en Ciencias de la Información.
Manuel Gutiérrez Rodríguez, Arquitecto Técnico.
Javier Ibarra González, estudios de Ciencias Empresariales.
Jordi Llanos Mayor, Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales.
Jesús Nácher Fernández, Ingeniero Superior de Minas.
Oliver Toro Orozco, Licenciado en Derecho.
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